Fátima se convirtió en lugar evocativo de la presencia de un Dios bello y misericordioso. La petición de la Señora del Rosario de que allí fuese construida una capilla evoca la construcción permanente de la Iglesia a través del encuentro con Dios. La peregrinación a Fátima es evocación de un camino interior al encuentro del Dios bello y bueno. Cada paso dado en dirección al Santuario es llamado a ser paso dado en la intimidad con el Jesús escondido, que tanto apasionó a los tres niños de Fátima, y que no dejará de cavar pozos de intimidad capaces de convertir la vida del peregrino. El camino exterior de la peregrinación a Fátima es invitación a un camino interior en la intimidad del peregrino, con la compañía de María, peregrina llena de gracia, que con coraje en la búsqueda de Dios -ella que guardaba preciosamente la vida de Jesús en su corazón (Lc 2,19)- y en el cuidado atento a los hermanos- ella, mujer atenta a las inquietudes de los otros (Jn 2,3). Porque peregrinar a Fátima es recorrer un camino de transformación: volver a ser niño (Mc 10,14-15), en la confianza en Dios, en la madurez inocente de la fe, al igual que los primeros testigos de la belleza de Dios en Fátima, Francisco y Jacinta, y su prima Lucía.
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