Eucaristia
Existe un palpitar eucarístico en el corazón del mensaje de Fátima. Si las primeras palabras del Ángel a los tres pastorcitos invitan a la adoración -Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo-, el Ángel conducirá a los niños a la contemplación del misterio de Dios -Santísima Trinidad, os adoro profundamente-, para después introducirlos a los sabores del misterio eucarístico- Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre. Es así evocado uno de los temas que caracterizan profundamente el mensaje de Fátima, la petición de una respuesta teologal a la iniciativa misericordiosa de Dios, el don de si en ofrenda eucarística.
El tema eucarístico está presente en el desafío hecho por la Señora de blanco: «¿Queréis ofreceros a Dios? ¿Queréis ofreceros por la humanidad?» Se hace así eco de aquella palabra inauguradora de Cristo: «É aquí el cáliz de la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros» (Lc 22,20). Las palabras de la Señora son una invitación renovada a vivir a partir de la lógica eucarística del don de si, inaugurada por el Nazareno. Y el «Sí, queremos ofrecernos» de los tres pequeños pastores de Fátima, como primicias del mensaje, es la firma previa de una vida llena de entrega humilde en las manos de Dios por los hombres. La reparación pedida en Fátima no es otra cosa que la participación del misterio eucarístico de Cristo, de su misión redentora.
Esta invitación a vivir eucarísticamente es también el amago de la petición de la comunión reparadora en los primeros sábados. Aquellos sabath serán señal de una reconducción de todo y todos al misterio de Dios, a través del don de si de cada mujer, de cada hombre. Serán evocación de la liberación prometida, que es el triunfo escatológico del Corazón de Dios.
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