Conversión
El drama de la historia humana tocada por el pecado se presenta con una lucided viva en el mensaje de Fátima. El drama del pecado es allí proféticamente denunciado, traducido en las visiones del infierno y de la ciudad en ruinas y en las innumerables referencias a los pecadores, sobre quien recae la atención de la misericordia de Dios. El pecado transpira la génesis de la tragedia humana, cara a la cual surge la urgencia de la conversión. De lo profundo del desamor, la conversión es adhesión al amor de Dios. La llamada a la conversión es nuclear en el mensaje de Fátima y evoca el drama de la redención.
De cara a la visión del infierno, Jacinta pregunta: «¿qué pecados son los que esa gente hace para ir al infierno?» Y la prima Lucía, en la inocencia de su infancia, intenta dar una respuesta: «No sé. Tal vez el pecado de no ir a Misa los Domingos, de robar, de decir palabras feas, rogar plagas, jurar.» La dimensión personal de la conversión es central en el mensaje de Fátima. Y, mientras, la llamada a la conversión hecha en Fátima no se agota en su dimensión personal: también es convocatoria al don de si por la conversión de los otros y por la conversión de los dinamismos de la historia, en la seguiridad de que la comunidad de los creyentes, en el discipulado de Cristo, tiene un ministerio de la conversión. Después de la primera oración del Ángel, el drama del mal está presente: «Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.» Los sacrificios por la conversión de los pecadores serán expresión de la ofrenda sacrifical que los pastorcitos hacen de si mismos en prol de los demás.
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